EL CALLEJÓN OSCURO
-El día era pálido- Suspiró él envuelto en el humo de su cirgarrillo.
-Era pálido dices- Sonrió mirando por la ventana de la habitación- Los días no son pálidos, pues no son humanos, Los días son grises, claros, despejados- Pasó una mano por sus largos cabellos y se giró para contemplar su rostro.
El muchacho volvió a darle una calada a su cigarrillo y al soltar el humo dijo:
-Pues aquel día definitivamente era pálido.
-Comprendo- Se acercó a él y cogió su cigarro, dandole una pequeña calada, sintiendo como sus pulmones se quemaban un poquito más y un poquito más.
-Los podía observar desde esta ventana, los veía perfectamente- El muchacho apagó su cigarrillo y se sirvió un vaso de wishky.
Ella lo observó detenidamente, era un chico peculiar, a veces amargo, su tez pálida envuelta en rasgos angulosos y cabellos rizados, tenía unas largas pestañas y unas cejas desarregladas de una forma precisa y elegante, que le daba personalidad.
-Es imposible que los vieses desde aquí arriba- Se sentó en el brazo del sillón viejo y pasó una mano por aquellos cabellos desordenados- Estamos en el piso quince, es casi imposible.
- Yo los ví- Se aclaró la garganta y bebió otro sorbo de su vaso, levantando el dedo meñique ligeramente- Dos sombras que se ocultaban a la luz de las farolas, dos sombras que corrían en su encuentro en aquel pálido atardecer de invierno- La miró y la observó, con una sonrisa y guiñando un poco un ojo, pues se encontraba a contraluz. Aunque desde su asiento podía ver su tez morena y sus cabellos ondulados y oscuros, podía observar su mano reposada cómodamente en su pierna y su delgada cara levemente inclinada y con una luz, una luz que no era artificial, más bien natural.
-Me estas diciendo que en esta habitación de hotel cualquiera, un día de invierno gris los viste correr en su encuentro desesperadamente- Ella se rió, incrédula.
- Un día pálido, he sido específico, no solo los vi, también escuché lo que se dijeron, con voz desesperada, escuché su angustia, su anhelo, - El muchacho la cogió de la mano y le dió la vuelta, contemplando las líneas de su palma, acariciando cada surco cargándose de su energía. Entrelazó sus dedos con los de ella y la arrastró hacia la puerta, los dos cogieron un abrigo y ella, como siempre cogió una sombrilla.
-¿Cómo pudiste verlos? ¿Qué hay de especial en ti?- Intercambiaron miradas, y él se encogió de hombros.
-No lo sé, eres tú la que has acudido a mí, dime ¿Qué hay de especial en mí?- El muchacho llamó al ascensor y los dos se adentraron, reinaba un silencio descompuesto por las piezas de suspiro enrojecido en el aire. Cuando salieron a las calles de la ciudad alborotada la muchacha comprendió que el día tenía malas aguas, parecía que iba a llover en cualquier momento, pero ni el más mínimo canto desafinado lograba que cayera la primera gota. El muchacho la guió por las calles hasta un callejón peculiar, en él había un sillon roído y una pequeña lampara de gas en una mesa auxiliar a su lado. El muchacho se sentó en el sillón y prendió la luz de la mesa auxiliar- Observa con tus propios ojos- Le indicó que se sentase y prendió otro cigarrillo.
-¿Qué debería observar?- La muchacha no comprendía la situación.
-¿Qué día es hoy?- Dio una calada a su cigarrillo y le ofreció.
Ella tomó el cigarrillo y le dió una calada, esta vez un poco más larga, una que le diese tiempo a pensar, echando la cabeza hacia atras y soltando el humo dijo:
-Martes- Tosió y fue mas específica- Martes diez de enero de mil novecientos ochenta y nueve.
Él la miró extrañado.
-No comprendes, te equivocas- Ella se rió y lo miró arrugando el ceño- ¿Por qué has acudido a mí?
No encontró palabras para responder a esa pregunta , no supo qué decir así que se quedó callada.
-Hoy no es quince de enero, ni mucho menos, hoy es doce de diciembre, doce de diciembre de mil novecientos ochenta y ocho, hoy es lunes ¿Por que has venido a verme?
-Y-Yo no lo sé, no lo sé- Se levantó del sillon y cogió su paraguas- Estás chiflado, me voy.
-¿Estoy chiflado yo? Eres tú la que te has presentado en mi casa, a las cinco de la tarde y me has llevado a ese hotel, eres tú la que me has preguntado que estaba haciendo el día que los ví...- Se pasó una mano por los cabellos, ahora alborotados por el viento- El día que te ví.
Ella se volvió a reir y entonces no recordó nada de lo que estaba diciendo el muchacho, no recordó nada excepto que estaba de pie allí con una gabardina vieja que pertenecía a algún extraño, no recordó quién era ella ni quien era él, ni por qué el parecía tan alterado.
-Sientate y observa- Le dijo.
Ella se sentó y observó como en la calle de enfrente se encendían las farolas, vió que el día había palidecido aún más, pues efectivamente era un día pálido,"¿Pálido? que palabra más extraña" pensó ella, y la repitió tantas veces que perdió el valor. Fue entonces, cuando los vió, corriendo como dos sombras a la luz de las farolas, a encontrarse y se fundieron en un beso.
-Mira al hotel- Dijo éste.
Y ella vió en el piso quince la sombra del muchacho observando la misma escena que ella estaba observando. De repente se encontró sola, no habia nadie a su lado y un frío repentino le heló los brazos. Miró la figura una vez más y escuchó con nitidez lo que le estaba diciendo.
-¿Ahora me crees?- La figura desapareció y cuando ella miró al frente ya no se encontraba en el callejón, sino que era la protagonista de la escena.
estaba frente a él, que la miraba con desesperación y anhelo, ella estaba angustiada, no sabía por qué, pero se sentía angustiada y cansada de correr, de buscarlo.
-Si, te creo- él la besó y ella se dejó llevar en aquel baile de luces y sombras y se agarró a éste como si fuese a esfumarse de aquella escena, cómo si fuese un espectro volátil y sin forma.
El reloj de la calle dió las seis y el día oscureció, una radio en el balcón de una casa se encendió y una canción comenzó a sonar mientras estos dos se alejaban poco a poco como si nada hubiese sucedido, como si no recordasen aquella vida vivida. Después de mil años vividos, después de todo, se alejaron el uno del otro... Como si fuesen totalmente desconocidos.
UN BESO,
ANDREA SUÁREZ
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