CAPÍTULO 1
Fénix se encontraba al otro lado de la habitación leyendo un libro de estos romanticones que te consumen el día y te hacen llorar por las noches. Hacía mucho yo no leía con tanta pasión, pero extrañaba el olor de los libros, aunque fuesen electrónicos. Mi excusa era que estaba demasiado estresada para leer, no encontraba tiempo, el cual no me sobraba pero tampoco me faltaba, para abrir un libro y sumergirme en él. Tenía el conocido bloqueo del lector, este que hace que desees leer pero que en cuanto abres un libro no sabes como continuar y lo pospones hasta que se te olvida qué era lo que estabas leyendo, pues yo tenía de eso. Lo peor era que mientras estudiaba a fondo La guerra de independencia de 1814 y el reinado de Fernando VII, mi mejor amigo disfrutaba del romance de dos muchachos en un verano de 1985.
Las clases ya habían terminado, pero aún quedaba la selectividad, y yo que soy una experta en procrastinar estaba atragantándome de contenido tres semanas antes de que tuviese que presentarme, como si mi futuro no importase, como si de mi vida no dependiese ese examen. Ya era lo suficietemente pobre como para no ponerme a estudiar y hacer lo único que mi madre me pedía, centrarme y salir adelante. Yo quería ir a la universidad y ser escritora y en mi casa me apoyaban siempre y cuando fuese feliz, pero me daba miedo decepcionar a todos y no superar las expectativas que se me ponian.
En vista de que había empezado a divagar de nuevo, aparté mis apuntes de historia y me senté al lado de Fénix, reposando mi cabeza en su hombro y como si él me leyese la mente, empezó a narrarme la historia con su voz suave y calmada, hasta que me desperté con el sonido de su llanto, comprobando que ya había acabado de leer el libro. Cuidadosamente se levantó y lo volvió a dejar en mi estantería. Comprendía como se sentía, pues yo me habia sentido así el verano pasado mientras leía esa misma novela con los atardeceres de Madrid, me había hecho extrañar un amor y una época que jamás había vivido, pero que sin embargo la había sentido tan cercana, en mi presente, como si fuese yo la que estaba vivendo aquel verano. Así son los libros, finitos pero muchos inolvidables.
Le indiqué que ya podía leer el siguiente libro, pero me dijo que no estaba preparado, y lo volví a comprender, necesitaba tiempo igual que yo para curar sus heridas invisibles. Los dos fuimos a la cocina, el olor de las arepas se colaba por debajo de las puertas y no habíamos tardado en sentirnos atraídos por aquel aroma especial. Mi madre hacía las mejores arepas del mundo, me había contado que la receta la había aprendido de su madre, y también que la habían perfeccionado ambas en su pequeño pueblo en Colombia, del cual ella había escapado a una edad temprana en busca de algo más, mudandose a la capital con su tía, donde vendía arepas y empanadas para pagarse los estudios, los cuales había terminado pero nunca había continuado, ya que por su vida apareció un hombre, de clase mas alta que ella, que le puso la vida patas arriba y le propuso mudarse a España con él, y así es como nací yo aquí. Mi madre hacía mucho se habia separado de él, las diferencias y el paso del tiempo la llevaron a descubrir que no estaba enamorada y que necesitaba algo más que un hombre que se iba de fiesta y vagaba entre bares, alcohol y sustancias más dañinas. Hizo bien en alejarse, nunca nos prohibió verlo y visitarlo a mi hermana y a mi, mi padre ya no es el mismo de antes , ya no vive la buena vida y no disfruta de las riquezas de antes. Yo me había criado en un piso con dos habitaciones y un salón diminuto, mi vida estaba escrita por las paredes de mi vieja habitación, con vistas a más edificios apiñados, de los cuales colgaba ropa de distintas variedades. Mi hermana mayor ya no vivía con nosotras, hacía mucho se habia mudado a un piso muy pequeño en el centro de Madrid, donde se preparaba para castings y disfrutaba de las vistas que traía consigo vivir en el casco antiguo de la ciudad. En mi habitación cubría su ausencia Fénix, con sus elocuencias y su alegría. ¿Cómo había llegado a vivir con nosotras? una larga historia.
En ese momento estabamos los tres comiendo arepas mientras reíamos recordando viejas batallitas e historias que duelen al darte cuenta de cuánto ha pasado el tiempo.
Una pequeña Andrea en un parque de atracciones, ante las montañas rusas, ansiosa por montarse en todo, pero no pudiendo disfrutar de las atracciones mas atrevidas por su pequeña estatura, prometiendo que cuando fuese más alta y más mayor se montaría en todas. Una Andrea más mayor y más alta, que se había acobardado viendo el peligro y no la adrenalina que emanaban las atracciones de aquel parque temático, asustada hasta de la atracción más inofensiva. Así había evolucionado, temiendo y desconfiando hasta de lo más estable y seguro.
CAPÍTULO 2
Ponganse los cinturones de seguridad y disfruten de la atracción. Agua, un flotador que va dando vueltas. Una corriente que nos arrastra y un manillar al que hay que darle vueltas para que se sienta más la adrenalina, tenía ropa de cambio para después, pero era la primera atracción, la más suave. Botes y mas botes, rapidez interminable, un mareo que me subía desde la punta de los pies, su cara, su sonrisa, lo único por lo que intentaba disfrutar de esta experiencia. Me temblaban las piernas al tocar tierra firme, y empecé a reirme nerviosamente.
-¿A estado bien a que si?- Dijo mientras me guiaba hasta nuestras mochilas, yo solo asentí intentando recomponerme.
El curso acaba de empezar, seguía oliendo a edificio antiguo con aroma a una especie de limpia suelos de albaricoque, nuestra clase guardaba recuerdos de los anteriores alumnos, escritos en las mesas, chicles secos, sillas tambaleantes, exposiciones en las paredes que nunca se habían quitado de ese lugar, se conservaban como el tesoro más preciado, aferrándose a los recuerdos y a aquellas épocas en las que fluia por las venas pubertas una especie de fervor y hormonas juveniles, estrés y amoríos, desengaños y tristezas. Era nuestro turno de escribir el final con nuevos comienzos, me lo recordaban todo el tiempo, la mejor etapa decían, vas a disfrutar esos ultimos meses aunque estes estresada.
Tenía ganas de ver a mis amigos, Carlos, Natalia, Sara y Lana estaban sentados charlando de las cosas que habian hecho en el verano. Al vernos a Fénix y a mi nos saludaron y nos acercaron unas sillas para charlar. Nat estaba relatándoles cómo se había reencontrado con un amigo de la infancia que había viajado desde Ecuador hasta España con su madre y su padre. El paso del tiempo se había llevado a su hermano mayor y viajaron hasta aquí para velarlo, pues residia en España. Lana habia viajado a Bulgaria con su padre, visitaron a su abuela paterna y la otra mitad del verano había venido su madre desde Japón para visitarla, ella era la que tenía las raices más extrañas, pues su madre era asiática y su padre europeo, pero su abuelo paterno era musulmán, así que ella es ciudadana del mundo y una mezcla muy bonita de distintas culturas. Sara en cambio había ido a Valencia, donde estaban viviendo sus tios recién llegados de Colombia, y había conocido a un chico esporádicamente en la playa con el que se había enrollado unas tres veces y después habia vuelto a Madrid donde se habia encerrado en su habitacion con el ventilador a toda potencia y habia leído libros a más no poder. Carlos en cambio viajó con sus padres a Galicia donde estaba su hermana mayor por parte de padre y pasó todas sus vacaciones paseando por su pueblo como todos los años y disfrutando de la tranquilidad de este. Había trabajado en el supermercado de allí y se había ahorrado algunos dineros para las vacaciones de navidad en las cuales quería viajar a Islandia para ver las auroras boreales. Fénix y yo habíamos trabajado todo el verano, en la frutería en frente de nuestra casa, y en las vacaciones de una semana habíamos cogido un bus hacia Barcelona donde la primera noche junto con mi madre y mi hermana habiamos dormido en la playa y nos habíamos despertado al amenecer con las olas del mar y los pájaros piando, después cogimos una habitacion en un pequeño hotel donde nos acomodamos todos apiñados y disfrutamos del mar toda la semana hasta volver al verano rutinario en el que trabajábamos todos para poder costearnos los pequeños caprichos de nuestras vidas.
Ya el primer día el profesor de historia había llegado tarde, por esta razón nos dio tiempo a contarnos nuestros veranos. El profesor no se lo pensó mucho y mientras las otras clases no hacían nada porque era el primer día, nosotros los de segundo de bachiller ya estabamos dando temario y avanzando en clase. El día había terminado y así pasaron unos cuantos meses más, rutinarios en los que la tardanza del profesor nos permitía contarnos nuestras vivencias.
Un día en el que Fénix estaba enfermo me dirigía yo sola hacia el instituto en el bus intentando leer los apuntes y repasar para el examen del día siguiente. Alguien se sentó a mi lado, reconocí su cara de otros años, pero se habia graduado el año pasado. Sus facciones eran la cosa más bonita que había observado en mi vida entera y no pude volver a mirar mis apuntes, se me paró el corazón y empecé a temblar.
-¿Te conozco verdad?- Me dijo al ver que lo estaba mirando- Eres Andrea, en el club de lectura del año pasado estuviste brillante como encargada de hacer las preguntas y te expresas de maravilla.
Me sonrojé un poco y le di las gracias por el...¿Cumplido?, le pregunté a dónde iba, él me explicó que tenía que retirar unos papeles del instituto porque se los pedían en la universidad así que charlamos un rato hasta entrar los dos en el instituto donde nos despedimos con un simple ondeo de manos, los dos confusos al no saber como proceder.
Ese mismo día recordé al muchacho vagando por los pasillos, con su cazadora y su mochila, estudiando en la biblioteca, recordé haberlo observado muchas veces pero haberme olvidado de su existencia, reacia a imaginarme que podía acercarme a hablar a una persona tan atrayente como él. Sus facciones, que ahora están más borrosas, ese día se habían grabado con fuego en mi cabeza y nuestra conversación en mi imaginacion habia fluido muy distito, pues mi yo interno era muy distitnto a mi yo externo.
Al bajarme del bus que iba de vuelta a mi casa me di cuenta de que estaba lloviendo a trompicones. Al llegar a casa estaba empapada y me había tocado dejar mi ropa y mis libros al lado de la calefacción. Mi madre me hizo un té para que no me resfriase
Cuando entré a la habitación le conté a Fénix la historia, explicándole que nada de eso hubiese pasado si como siempre el hubiese estado ocupando el sitio de al lado en el bus, haciéndome compañía con su sola presencia. Él se rió y me dijo que no solamente le habría parecido una chica bien hablada al muchacho, sino también una persona fascinante. Más tarde, cuando hubimos descansado, le ayudé a adelantarse en la clase perdida. Después solo estudiamos y repasamos para el examen del día siguiente.
CAPÍTULO 3
Teneis que ir todos en fila india, no podeis tocar a los actores ni ellos a vosotros y si tenéis mucho miedo podéis indicarle al monitor que os acompañe hasta la salida más cercana.
-Sustos que dan gusto - Me dijo, convenciéndome de entrar a la casa del terror.
Payasos, demonios, escenas terroríficas y gente persiguiéndonos, pero fui valiente y me repetí trescientas veces que eran actores. Cuando salí de allí descubrí gratamente que me había gustado la experiencia y no dudé en repetirla la siguiente vez que viniese a un parque de atracciones.
Recuerdo la primera vez que vi a Fénix, por aquel entonces lucía muy distinto, sus padres le obligaban a llevar lazos y vestidos, recuerdo que sus rizos que estaban perfectamente acomodados en la mañana no tradaban en despeinarse y su madre siempre lo regañaba por terminar tan sucio al finalizar el día. Mi primera impresión de él fue atracción, quería saber más de su vida, teníamos seis años y acababa de venir de Argentina porque a su madre le habían ofrecido un puesto en una empresa española. Tenía un acento deleitante y me gustaba hablar con él. En aquel entonces todo el mundo lo conocía como Josefina, pero le gustaba que le llamasen Jose. Con el paso del tiempo nos volvimos los mejores amigos, y crecimos juntos, no éramos vecinos pues él vivía en un barrio más elegante. Cuando teniamos diez años lo cambiaron a un colegio de mojas no muy lejos de el actual y solíamos vernos en el parque que unía nuestros mundos tan distintos. Ya en esos tiempos me había hablado de sus sentimientos, de su sexualidad, me decía que no le gustaba ser una chica, que no era capaz de mirarse al espejo y aceptar su cuerpo. Sus padres nunca le habían hablado de este tipo de cosas y se sentía perdido, además eran muy conservadores, por lo que se limitaban a llevarlo a la iglesia los domingos para que se confesase. Nunca habia formalizado sus sentimientos en palabras.
Una noche, me invitó a cenar a su casa, sus padres estaban haciendo cordero y habían invitado a unos amigos muy cercanos. Él me queria allí, me dijo que no queria estar solo. Yo le acompañé y terminó siendo la noche más horrible de su vida, pero ese día por fin pudo expresar lo que tanto le costaba.
En el centro de la mesa estaba el cordero, y sus padres charlaban tranquilamente con sus amigos. Los Hermanos de Fénix, Marcos y Clara estaban ayudando a Martiara la asistenta a poner la mesa, y pronto pasaron a hablar de economía junto con sus padres en la mesa. Clara estudiaba derecho en la universidad Carlos III y Marcos estudiaba un doble grado de Economia y ciencias políticas. Fénix y yo teníamos quince años, y sus padres ya estaban planeando su futuro.
-Su amiga quiere ser artista ¿no es así?- Yo asentí, pues los escritores tambien son artistas, crean arte con las plabras.- Nena deberías buscar un plan B, esta vida está llena de cambios y a los escritores no les pagan tan bien. Josefina quiere estudiar Medicina, como su padre, aunque últimamente se nos ha descarrilado un poco. Más le vale ponerse las pilas.
Comentarios de este tipo flotaban en el ambiente del salón hasta que todos se callaron para comer tranquilamente, música clásica sonaba en el fondo, podía reconocer las notas de una pieza de Mozart. Fénix se aclaró la graganta y me cogió de la mano apretándola muy fuerte. Toda la mesa miró hacia él y este aprovechó para decir lo que tenía que decir, salir del armario, mostrar su verdadero yo, desnudarse ante los prejuicios. Sus padres se quedaron boquiabiertos, los hermanos mayores se retiron incómodos de la sala y los invitados se quedaron quietos como piedras. En la mesa se olía la negación.
-Josefina no digas tonterias, eres una chica, naciste una mujer y siempre serás una mujer.
Fénix lo negó, afirmando sus argumentos, defendiendose a sí mismo. Cuando los invitados se fueron, su madre me dijo que esperase en el salón mientras hablaba con su "Hija". Oí como se rompieron platos, gritos y llanto. La cosa no mejoró, asi que entré en la cocina y me lo llevé de allí. Nadie lo había defendido, sus hermanos se habían ido a sus respectivos apartamentos, evitando la discusión, su padre se estaba fumando un cigarrillo en el balcón y cuando salí con él, su madre no me dejó coger nada de su habitación.
-Eres repugnante, no mereces vivir, Ojalá Dios te perdone por esto que nos estás haciendo- Dijo su madre.
-No pienses en volver aquí, búscate una vida sin nosotros, ya no eres mi hija, nunca lo volverás a ser- Dijo su padre.
Fénix estaba llorando, él sabía que esto pasaría, pero guardaba la esperanza de que sus padres, sus hermanos que tan cercanos eran, le comprendiesen y lo ayudasen a encontrase a sí mismo, pero eso no pasó.
No puedo llegar a imaginarme lo que se siente que tus seres queridos, la gente más cercana te repudie y no te acepte tal y como eres.
Esa noche llegué con él a mi casa, mi hermana estaba de mudanza así que todo estaba un poco descolocado, le expliqué la situación a mi madre, ella lo acogió en su casa.
-Mi casa es tu casa hijo- y lo abrazó.
Le dejé la cama de mi hermana y le preparé un armario. Fénix no volvió a su antiguo instituto, sabía que no debia. Mi madre lo ayudó a emanciparse, pronto consiguió un trabajo en la frutería de al lado de mi casa y nos ayudaría con los gastos, así lo prometió, pero no hacía falta. Se matriculó en mi instituto rápidamente y continuó estudiando, como siempre sacando las mejores notas que podía. En su DNI ya figura con otro nombre, Daniel, con esto rompió con todos los lazos de su familia y resurgió como el ave fénix, por eso lo apodé como Fénix y así ha perdurado a lo largo de los años.
Recuerdo su sonrisa al salir de la oficina con su nuevo nombre, con una vida llena de esperanzas e ilusiones.
-Como el ave Fénix- Le había dicho yo- Fénix- Le acaricié los rizos que se arremolinaban en su cabeza y me miró radiante.
-Me gusta Fénix, pero quiero que solo me llames así tú, nadie más lo entendería-Asentí guardándole el secreto, su pequeño capricho que aún a día de hoy sigue en mi mente guardado.
Y aquí estamos los dos, la luz apagada y las persianas abajo, solo entra un pequeño rayo de luz por la ventana, fluye la música en el altavoz de su móvil, nuestros dedos se rozan un poco y siento cada vez más como nuestras respiraciones se relajan tanto que nos quedamos dormidos al son de una balada.
CAPÍTULO 4
El tornillo, nunca había odiado tanto ese nombre hasta que no me subí en la atracción. Sentí un gran vértigo cuando los engranajes empezaron a funcionar, sin embargo el movimiento de la atracción era parecido a dar volteretas en una cama, pasé de odiarle a reírme profundamente. Hasta que las volteretas dejaron de ser para adelante y empezaron a ser para atrás. En ese momento cualquier implemento de seguridad que llevaba se aflojó (o eso daba la impresión) veía la luz del sol que me cegaba y sentía que me iba a escurrir e iba a morir. Grité tanto que a él le dió risa y vi como disfrutaba de la adrenalina. Cuando me bajé quise montar otra vez y así lo hicimos, era entre divertido y aterrador no conseguí explicárselo nunca.
Ese día me sentía abrumada, la semana de exámenes me estaba convirtiendo en cenizas, me fui sola a estudiar a una cafetería. Necesitaba alejarme de todo un rato, mirar con otros ojos la vida, quería tomarme un café mientras estudiaba tranquila la Generación del 27. Los grandes ventanales del local siempre me habían atraído, por eso entré y me cogí una mesa lo más al fondo que pude. Saqué mis apuntes y repasé. Pasaron dos o quizás tres horas y cuatro cafés, guardé mis apuntes y saqué mi ordenador, la inspiración había empezado a fluir en mi mente y empecé a escribir, sabía que estaba inspirada porque cuando corregí el borrador me di cuenta que habían muchas erratas, perdí la noción del tiempo escribiendo, y solo algo, bueno más bien alguien me sacó de mi trance.
-¿Andrea?- Me costó reconocer su voz.
- Eres tú otra vez- Al sonreír se le hizo un hoyuelo, le indiqué que podía tomar asiento si le apetecía.
- La cafetería está abarrotada y siempre vengo aquí a estudiar, me relaja el ruido de fondo y el olor a café y croissants- Sacó sus apuntes- ¿Sueles venir mucho por aquí?
Negué con la cabeza.
- Es la primera vez que entro para estudiar y aquí me hayo, escribiendo- Se rió un poco y comenzó a estudiar, yo seguí escribiendo y así nos mantuvimos en silencio cada uno a nuestro aire. Hasta que mi telefono comenzó a sonar, era mi madre. Él se desconcentró y yo me disculpé cogiendo el telefono.
- Mamita ¿a qué hora llegas?- Le dije que no muy tarde, a la hora de cenar más o menos, colgamos.
-¿Te apetece dar una vuelta?- Miré mi ordenador, mi inspiración se había esfumando, no podía pensar más que en el chico que tenía delante, acepté su propuesta.
Ya estaba oscureciendo y decidimos dar una vuelta por la avenida, compramos unos helados aunque hiciese fresco y caminamos sin rumbo fijo. Me contó lo que estaba estudiando, Arquitectura, seguía vivendo con sus padres, y se estaba sacando el carné de conducir. Hablamos de libros, música, cine, teníamos gustos bastante parecidos, lo que me hizo más amena la conversación. Terminamos en un parque sentados en el borde de una fuente, la conversación no había muerto, cada vez aumentaba más y más. Y de pronto me di cuenta que en todo este tiempo no sabía cómo se llamaba ni había preguntado. No le importó ese detalle, Isaac, repetí su nombre en un susurro y fue entonces cuando me acarició con su mano en la mejilla.
-Andrea- y suspiró mientras me besaba, yo respondí su beso con otro beso y se intensificó todo un poco. Cuando acabó aquello me di cuenta que era mi primer beso, un poco torpe pero apasionado al fin y al cabo.
Me acompañó hasta mi edificio. Después de eso nos vimos muchas veces más, sentía que daba volteretas de felicidad, pero no sabía muy bien que estaba haciendo con mi vida. Recuerdo que no habíamos intercambiado números de teléfono ni nada con lo que comunicarnos, él sabía dónde estudiaba y dónde vivía. Como un gallo que cacarea al amanecer todos los días hasta el día de su muerte, él venia los fines de semana, después de almorzar y llamaba al timbre preguntando por mi.
Un día simplemente no volví a saber de él, se esfumó a otro planeta, sabía que no se había muerto, sin embargo sus padres me habían dicho que se había mudado a Francia, con sus abuelos a estudiar. Sentí una punzada en el corazón, ya me había avisado que odiaba las despedidas pero jamás me había comentado esto. Nunca superé aquel abandono repentino, ¿cómo alguien podía abandonar tantos recuerdos sin decir adiós si quiera? pero le perdoné, y volvería a repetir nuestra relación por más que doliese ese extraño adiós, pues fue bonito mientras duró.
CAPÍTULO 5
La lanzadera era una de las atracciones que me daban mas miedo, aunque estoy aquí subiendo poco a poco, mis pies se alejan de la superficie terrestre, lo tengo a mi lado, me dijo que le apretase la mano si lo necesitaba. De repente paró en lo más alto y lo escuche decir.
- Cuenta hacia atrás y mira que bonito se ve todo desde arriba - Tenía razón, se veia todo espectacular. entonces empecé a contar hacia atrás.
Diez, nueve, ocho, siete, sei...AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
Mi grito resóno por todo el parque de atracciones, pero empecé a reírme porque la caída no duró mucho tiempo, dos segundos diría yo. Cuando bajamos soltamos unas cuantas carcajadas, mis amigas eran las siguientes así que esperamos pacientemente a su bajada.
Nuestro grupo de amigos tardó en formarse bastante, cuando entré en primero de la ESO a la primera que conocí fue a Sara, pero no éramos muy amigas, en el curso siguiente empecé a hablar mas con Carlos, y pasábamos muchísimo tiempo juntos, fue entonces cuando un recreo nos unimos a Sara, que se había quedado un poco sola ese día y nos divertimos charlando, jugamos a las cartas y desde ahí nos unimos un poco más, en cuarto de la ESO llegó Lana, ella estudiaba en otro instituto cerca de allí, pero se había cambiado por las diferencias entre ella y sus compañeros, su fusión con nuestro grupo fue espontánea, habia charlado ya con Fénix y era una chica muy agradable, más tarde, en primero de bachillerato llegó Nat, la más callada de todos, pero una chica bastante buena y familiar que terminó por cerrar nuestro grupo de amigos. Me intriga saber qué pasará con nosotros cuando nos graduemos, probablemente tomemos caminos muy distintos y hagamos nuevos amigos, pero espero que nunca termine nuestra amistad y nuestras pequeñas tradiciones. Es un poco egoísta quererlos sólo para mí, ojalá pudiese parar el tiempo en esta pequeña burbuja en la que estamos felices ya en segundo de bachillerato, finales de septiembre, un día despreocupado en un lago a las afueras de Madrid.
El cielo estaba claro, no había indicios de que iba a llover, por la mañana habíamos empacado nuestros bañadores y habíamos cogido un bus que nos dejase cerca de un lago, aún olía a crema solar y piscina, por lo que seguía presente el verano. Cada uno habia llevado una comida distinta, para picar, el agua del lago estaba templada, perfecta para bañarse. Jugamos un rato en el agua hasta que cansados tomamos un rato el sol, dormitamos en las toallas y comimos un poquito de todo. Recuerdo que Sara sacó sus cartas del Uno y rememoramos viejos tiempos echando unas partidas. Lana mas tarde sacó una botella de alcohol, ninguno era mayor de edad, pero eso era lo de menos. Nat sacó los vasos de cartón de su mochila y todos brindamos.
-Por un curso en el que se huele que va a haber estrés, pero que no va a poder con nosotros- Dijo Sara.
Echamos todos a reír y bebimos un trago del líquido que ya estaba caliente pero que después de unos vasos más, subió y quedamos envueltos en un nube de risas y tranquilidad. Ante todo fuimos responsables, cuando vimos que estabamos medio borrachos no seguimos jugando en el lago, pues nadie queria accidentarse. Cuando empezó a anochecer, hicimos una hogera y flambeamos unos cuantos marshmellows. A la luz de aquel fuego empezaron a pasar todos los recuerdos que teníamos juntos, era una llama del devenir, que se consumía poco a poco, captaba nuestras risas y con su calor las grababa en nuestros corazones. Empezamos a tararear canciones, me vino ese vértigo repentino y desde ese momento solo siento que caigo, pero mientras caigo tengo la esperanza de que abajo me esperen un monton de risas y una reconfortante bienvenida.
A veces, en la noche, me gusta acercarme a Fénix y prender una vela, solemos observarla mientras se desvanece, pero siempre paramos porque no deseamos verla perecer.
CAPÍTULO 6
El tiovivo era uno de nuestros pequeños descansos, me gustaba escuchar el sonido de la música mientras montaba en un unicornio a la luz de los farolillos. Solo estabamos nosotros, los demás eran niños mucho más pequeños, de esta manera nos robamos la atención de las personas. Algunos nos tacharon de inmaduros, a otros les parecíamos una ternura, pero daba igual, yo solo me estaba concentrando en aquel respiro, en aquel volátil momento.
-¿Tienes tus zapatos listos?- Preguntó mi madre.
Yo asentí y la tranquilicé con la mirada. Mi madre tomó aire y empezó a rebuscar en su bolso las entradas para el acto. Mi hermana me dió volumen al cabello y Fénix se estaba acomodando la corbata. Mi madre aprovechó para capturar ese momento, cómo no con su vieja cámara.
Cuando llegamos al salón de actos, me separé de mi familia y me junté con mi grupito. Carlos iba emperifollado para ser una graduación de instituto, eso me dió mucha risa, Nat tenía puesto un elegante vestido que le caía hasta las pantorrillas donde se dejaban ver unos zapatos negros de charol con un precioso lazo. Lana llevaba un mono elegante, con unas botas de tacón impresionantes y un recojido de pelo que envolvia su rubia y larga melena en una corona de flores y sus ojos más bien achinados estaban sutilmente sombreados. Sara llevaba un vestido de color dorado, que le acaramelizaba mas su tono de piel, el vestido era sencillo, sin mucho decorado, pero ella se veía espectacular. Yo iba con un pantalón volado y una camisa blanca de botones, me habia hecho unos rizos y había pintado mis uñas de color bermellón. Fénix iba igual que Carlos pero más desaliñado, eso mostraba sus personalidades y los hacía destacar por encima de cualquier chico de mi clase.
El acto duró mucho tiempo, lo habían juntado con la graduacion de los de cuarto, que eran tres grupos bastante numerosos. Eclipsaron totalmente nuestra graduación, pero yo no me fuí de allí sin cantar una canción. Mi voz no era la mejor de todas, pero necesitaba robarle tiempo al tiempo para no salir de aquél salón y no volverlo a ver nunca más. Los mas pequeños se habían quedado dormidos, Los padres lloraban y mis compañeros cantaban conmigo desde sus asientos. Vi a mi madre saltarse las normas y tomarme una foto furtivamente. Ya teníamos un fotógrafo por lo que no era necesario, pero ella aún así lo hizo. Dimos juntos un discurso de despedida y nos dirigimos todos a la cena que habíamos preparado en un restaurante medianamente elegante. (Por mí como si íbamos a Burguer King) pero las familias insistieron en que era un día importante.
Mientras comía escuchaba el batiburrillo del local, me recordaba a aquel día no hace mucho tiempo en la cafetería, junto con Isaac, pero él ya no estaba. Hacía bastante que ya no me preocupaba de ese suceso, prefería pensar que estaba mejor allá donde fuese construyendo edificios. Mis amigos y yo fuimos los últimos en acabarnos la comida, no parabamos de hablar y de reírnos, nos aferrábamos a esos últimos momentos.
Estabamos todos tan jóvenes y tan guapos que no podía imaginarnos más mayores, algunos con hijos, pareja, solteros, un perro. Caminamos por la noche por las calles de Madrid, me dolían los pies, pero eso daba igual, quería seguir andando y dando vueltas y vueltas pese a que la ciudad dormitaba y ante esta éramos solo un pequeño disturbio.
CAPÍTULO 7
La atracción mas larga en la que me habia subido, los columpios voladores. De pequeña me gustaban pero una vez habían empezado a subir tan alto no me sentí tan segura como en otras atracciones. De la muerte me separaban unas simples cadenas y un frágil cinturón, eso sí, se veía el precioso parque desde arriba. Empecé a marearme y sólo podía pensar en cosas bonitas para no desmayarme allí arriba. La atracción duró más de dos minutos, muchos minutos me parecieron a mí. Cuando bajé divisé a mis amigos que también temblaban, pero ante la compañia de los otros se les había hecho mas ameno el viaje.
Diez años habían pasado desde la graduación. No lo entendía. Yo estaba viajando a París, tenía que visitar a alguien. El trayecto fue corto pero aproveché para escribir y cuando aterrizamos me fui a mi hotel directamente donde dejé mis maletas y me duché. Era mi cumpleaños número veintiocho, no podía creerme lo cerca que estaba de los treinta, me miraba en el espejo y seguía teniendo quince años, era una adolescente asustada. Desde luego en la universidad no te enseñaban a lidiar con el tiempo, eso solo te lo enseñaba la vida.
Yo estaba tan concentrada en mi escritura que mis relaciones aunque perdurasen no iban más allá. Mi madre me echaba en cara que aun no le había dado nietos. SIETE LIBROS, le había gritado esa vez, ¿No le bastaba con el arduo trabajo que me había costado escribir esos siete libros? al parecer no, pero bueno.
A las siete me encontré con Isaac en una cafetería, nos contamos nuestras vidas y nos pusimos al día. Fue dificil dar con él ya que habiamos perdido el contacto, pero todo fue por medio del instituto. Una mañana muy corriente fui a dar una charla a los alumnos de lengua de una profesora desconocida, la mía ya se había jubilado así que fue extraño entrar a esa clase, donde había caras nuevas y parecía todo muy familiar pero muy distinto a la vez. Pocos profesores quedaban de los que me daban clases, muy pocos. La directora estaba a punto de jubilarse también, antes de irme no sin antes haber mantenido la compostura por el bien de todos, le pregunté por Isaac. Ella me dijo que no hace mucho había pasado por allí y les había saludado, al parecer sus padres seguían viviendo en Madrid, me dió su contacto y estuve una semana con el papelito arrugado en el bolsillo de mi chaqueta, esperando ser usado.
Nat me dijo que deberia llamarlo y Carlos también, eran los únicos que vivian aún en Madrid, pero como yo, vivían en un constante devenir de viajes. Lana vivia en Suiza, mi chica lista trabajaba en una gran empresa de renombre, Sara trabajaba como directora en un banco. Nat era musico, y daba conciertos con su violonchelo por bastantes partes del mundo, aunque era profesora de conservatorio a la vez. Carlitos era profesor de matemáticas en la universidad, así de bien le habia tratado la vida. Fénix es otra historia, no muy larga, pero su nombre me pulula por la cabeza mientras paso la mirada en busca de la de Isaac, que me espera como un salvavidas en mitad del mar.
Se había casado hacía dos años con una muchacha, ella era ingeniera, según me contaba él, viva muy feliz en su piso, en el que impacientemente esperaban los dos, a la luz de la lamparilla de la mesa de noche, la llegada de un nuevo miembro a la familia. Al menos así me los imaginaba, no de otro modo. Había leído algún libro mío, le gustaba mi trabajo, pero con su vida ajetreada lo más probable es que si quiera tuviese tiempo para cerrar los ojos y pensar en mí, era el menor de sus problemas. Me pidió disculpas por ser tan insensato conmigo, era un crío y no había dejado de serlo, yo le dije que no se preocupase por eso, ya había quedado atrás. Lo cierto era que no, aún me dolía un poco, me costaba pensar que tenia otra vida, que lo nuestro jamás volvería a suceder, solo fue un capricho del tiempo que se llevó tres meses de mi vida hace diez años. DIEZ AÑOS.
En cuanto llegué a mi habitación me eché a llorar, no podía escribir, mi corazón se hacia mas pequeño y dolía de lo entumecido que se encontraba. PASABAN LOS AÑOS, yo seguía atrapada en mi burbuja de tiempo, no podía superar que ya no era la misma de antes, que mis recuerdos se habian convertido en solo bonitos recuerdos que jamás iba a volver a vivir. PARAD EL TIEMPO, necesitaba más, viajar atrás, pero no podía.
Me faltaba una visita más, esta estaba sentada en una terraza, por la mañana del día siguiente, con los hombros relajados, y los rizos, del largo que tanto me gustaban. Cuando hablamos no quedaba ni rastro de aquella voz femenina a la que tanto me habia acostumbrado, ahi fue cuando supe que había completado su transición. No me contuve las lágrimas, para nada, lo abracé y lloré en su hombro por más de dos minutos. Sus brazos se sentían igual de acojedores, no me esperaba menos, también lo escuché sollozar.
-Fénix, cuánto tiempo- Él me ayudó a sentarme y nos quedamos en silencio por lo que fue una eternidad, no sabíamos como proceder.
-He leído todos tus libros An- Se le iluminaron los ojos y vi una lágrima caer por su mejilla- Estoy muy orgulloso de ti.
- Cada palabra esta dedicada a tu persona- Me mordi las mejillas para no llorar- He visto todas tus peliculas, no puedo expresar la admiración que siento por ti.
Nos cogimos de las manos y las separamos inmediatamente. No sé si él ya había pedido su desayuno pero el mío llegó al mismo tiempo, adelantamos todo lo que había ocurrido en nuestras vidas. Por los medios de comunicación ambos nos habíamos mantenido informados de lo que pasaba en la vida del otro, le encantaba leer mis artículos de prensa y yo disfrutaba viendo las pelíclas que creaba. No era lo mismo claro, pero no solíamos hablar por teléfono, solo de vez en cuando, dolía mucho saber que cada uno estaba intenando hacer una vida y que estábamos tan lejos pero tan cerca.
Después del desayuno dimos un paseo y terminamos en frente de mi hotel, era tarde ya y mañana tenía que volver a Madrid por la mañana, pero subimos a mi habitación y prendimos una vela, volviendo a recordar todo, esta vez, al ser tan pequeña, la vimos consumirse y en el último suspiro lo escuche susurrar.
-Diez años, son muchos años para estar sin ti- Lo abracé y me quede dormida ahí mismo, en el bucle infinito de la vida, que me daba pavor pero que al mismo tiempo deseaba que fuese mas largo.
Diez malditos años, luego serían quince y más tarde veinte, que no tardarían en ser cincuenta y cada uno acudiría a su funeral, presente o inexistente. Esperaba que no fuese así, pero lo cierto es que no tenía ni idea.
CAPÍTULO 8
No me apetecia recordar lo que se sentía haber montado en una motaña rusa de esas que dan pavor por vez primera. Estaba vomitando en un contenedor mientras Fénix me recogia el pelo, él me había llevado hasta el parque de atracciones, me había comprado una entrada y me había obligado a montarme en todo, no estábamos solos, tenía la compañía de mi amigos, pero aún así fue un día raro, odiaba los parques de atracciones, pero me habría gustado estar un rato más allí. Era de noche, y estaban cerrando todo, cuando salíamos del parque miré atrás y vi que la luna se alzaba entre las atracciones ya desiertas. Al girarme vi su cara, que estaba iluminada, me regalaba una sonrisa, quizá la última que vería, al día siguente se iba, aunque seguramente lo vería en un futuro.
Nos acercamos mucho, mis amigos se habían alejado un poco, tenía su nariz muy cercana a la mía y olía su fresco aliento a menta.
-Te voy a extrañar mucho- Me dijo él.
No sabía como sentirme, quería golpearlo por irse también, pero no lo culpaba, eran sus sueños, y pese a que estuvieran lejos, yo no iba a retenerlo aquí toda su vida.
-¿Qué tiene Francia que no tenga yo?- Nos reímos, y por fin el me besó.
Esa noche fue la más triste que había vivido hasta entonces, también la había guardado en una pequeña burbuja a la que acudía cada noche, desde la oscuridad solitaria de mi cuarto y evocaba con la luz de una vela.
Esta historia es una historia normal, un simple suspiro de la vida, es un parque de atracciones para los que odian los parques de atracciones, como yo. No me confundáis, me gusta vivir, pero es doloroso ver como cambian las cosas, y el vértigo que provoca el paso de los años. Así pues me despido con un consejo, nunca esta mal prender nuestra vela del recuerdo, pero hay que seguir, porque la vela se consume, como nuestra vida y si nos anclamos me temo que se consume aún más rápido.
UN BESO
ANDREA.